lunes, 15 de diciembre de 2008

Consagración de los puntos cardinales


En su casa bajo las raíces del árbol del bosque encantado permaneció Aril muchos días en soledad, ya apartado su cuerpo del arco iris puente que la une a su bello Caballero Celeste, quien partiera por varias lunas tras sus perseguidores.

Sabía Aril que él vivía entregado a sus propias búsquedas, encaunzado su fértil río energético tras otras quimeras, en otras comarcas, la de los seres opacos, que ella apenas había pisado alguna vez. Con su sable y su caballo, lucha lejos de Aril y sus capullos, pero por ellos... Supo Aril que era libertaria su soledad, que estos paréntesis en sus horas de amor no respondido eran su propio camino, eran su destino de princesa del aire, de viajera, intérprete de constelaciones y poeta. Sí, fue la Maga de las Estrellas quien se lo mostró una tarde, cuando dibujó sobre las hierbas de su jardín ese extraño círculo plateado, circundado de cuerpos astrales móviles, cada uno de ellos humedecido por las aguas de uno de los doce cuencos. El hada ávidamente deseaba entender aquellos mensajes luminosos, tan luminosos como la voz de la maga y su perfecta sabiduría.

- Entregarás luz donde haya sombra, niña mía, pero no será tuya la luz que descubras donde haya tinieblas... invita correr las cortinas donde las ventanas se resistan al sol y que sean bienvenidos los opacos con sus propias lumbres a reavivar la alegría en sus casas.

Así lo intentó Aril, a pesar de que la maga partió sin concluir sus lecciones para ella.


Durante esos días de luto, Aril recibió constantemente en su casa la voz de Ema y sus hechizos. Las alondras se encargaban de transmitirla con sus cantos, de manera que todas las tardes podría disfrutar de su presencia. Fue escuchando la voz de Ema que Aril comenzó a dibujar nuevamente los círculos de plata y desde el cielo, los cuerpos celestes bañados de las aguas sagradas, cada uno de un diferente color, iban tomando los lugares señalados. Así fue como descubrió entre ellos, un círculo que se encontraba vacío. Sólo cuatro flechas metálicas lo atravesaban en el centro.

Aril lo miró con extrañeza.

-¿Quién te ha dibujado?, se preguntó.

El círculo se expandió sobre la hierba y se hizo inmenso. Aril pudo ver que en el centro, la sacerdotisa sostenía las flechas y que en un abrir de su palma se dirigieron cada una de ellas hacia un punto diferente, separadas entre sí por un ángulo recto.

Inmediatamente la magia transportó a los argonautas hasta allí. Aril, Driante, Lobo Gris y Ema se situaron sobre cada una de las flechas y comenzaron a recibir su nueva forma. Las esporas se hicieron presentes, pues todos comenzaron a estornudar y reír. La voz de la maga se hizo oír.

-Este círculo de polvo estelar es la brújula que consagra los caminos por abrir.

Dijo esto y desapareció llenando la tarde de perfume de caléndulas y luz de lunas.

Vio Driante que su flecha apuntaba hacia el norte y su mente se hizo albergue para los secretos de los mapas y las cartas mágicas y el murmullo pausado de las estrellas guías. Supo que le pertenecerían desde entonces las respuestas para los extraviados, el timón magnético para apagar los miedos de las noches oscuras. En su cuerpo sintió la fuerza de las montañas y la rica presencia de todos sus sabios ancestros.

Vio Ema que su flecha apuntaba hacia el sur y que sus piernas anidaban en las raíces del mundo, donde los lagos gestaban la aurora de las aldeas más antiguas y las palabras eran la lluvia que reverdecía los vientres de los viajeros por nacer. Supo entonces que le pertenecían las madrigueras y las grutas, que en su sombrero encantador anidarían hechizos para revivir cenizas apagadas por el llanto y el olvido.

Vio Aril que su flecha apuntaba hacia el este y sintió en su cuerpo la fuerza de la quilla cortando la espesura de los mares, abriendo surcos hacia donde se alzan los soles que señalen el nacimiento de nuevos rumbos. Amanecer de los días y las brisas, vórtice donde nacerían el impulso y el aliento para los velámenes de la nave.

Vio Lobo Gris que su flecha apuntaba hacia el oeste y supo que la noche guardaría los soles en su espalda para alumbrar otros mundos, otros aldeas, otros mares, pues la luz que se oculta de nosotros brilla para ser descubierta tras los mantos de aquello que permanece inexplorado. Todas las criaturas de la noche se montaron en su lomo, trayéndole plumas en forma de ojos y pieles azuladas para sus talismanes.

Derramasoles con su maleta, giraba alegremente entre los cuatro, a ella le otorgaría la gran maga la condición de transmigrar constantemente, transformando la materia según las causas recurrieran, capturando las sonrisas en sus muñecos alados para verter su música donde fuera llamada. Ser enhebradora y transmisor, si hiciera falta... y vibrar haciendo cosquillas con sus alitas pintadas sobre los cuatro puntos para que nunca se hallen distanciados.


Luego, Aril volvió a su casa bajo las raíces del árbol. Hizo girar los brazos sobre su cabeza y sacudió su cabellera de madreselvas para que las brisas frescas del verano se deslizaran acompañado el viaje de sus amigos amados. Puso ramitos de albahaca en las ventanas y se sentó a tejer.
El aroma de verano la envolvió acariciándola.


Aril



1 comentario:

Carina dijo...

Me encantó!!! me encanta la ubicación que nos diste a cada uno, creo que es así como debe ser, por otra parte, qué rica prosa, tiene tanta luz...!!!

Ema